Con esta segunda entrega, Nitty Rizo Patrón (Lima, 1943) confirma esa vocación por narrar historias que en La doña y el monte, su primer libro, se tradujo en el medio centenar de crónicas que recogen la etapa fundacional, llena de desafíos y no por ello menos idílica, de su vida marital y familiar en la hacienda El Choloque.En este volumen, titulado La jefa y el monte, Nitty vuelve a emplear aquello que nos cuenta como trampolín para llegar a la historia no escrita que, no obstante, quiere y consigue en realidad contarnos. En este caso: que la vida no se detiene y que los reveses y fracasos, quizá más que los logros y los triunfos, nos sirven como empujón para seguirle el paso.O sea, como recordatorio de que estamos vivos.La etapa fundacional de El Choloque terminará, precisamente, con la muerte de Manolo. Su partida, prematura y dolorosa, moverá los engranajes vitales de Nitty en una dirección para ella impensada. El resultado será una nueva transformación personal, esta vez sin embargo voluntaria. Porque la doña, de apellido hasta entonces Santa María (que por ley escrita recibiera de su marido y que por ley no escrita certificaba un estado civil de dependencia), tendrá como es obvio que reemplazar a Manolo en el mando de El Choloque. Lo que ya no es tan obvio, es que Nitty no se convertirá en la jefa tras sustituirlo; sino tras adoptar su apellido de soltera, Rizo Patrón. Cosa que hará ya no sólo por el bien de la hacienda ni, claro está, por el bien de sus cinco hijos. También lo hará por su propio bien. Más aún: por el propio derecho a la existencia.Porque, tanto para la ley escrita por los abogados (que hace cuarenta años no consideraba el correspondiente estado civil) como para las tácitas leyes populares (que en el monte siempre pesaron, pesan y pesarán más que cualquier Código Civil), el hecho cierto es que la viuda, una vez fallecido el marido, para todo efecto práctico muere también. Y, con ella, todos sus derechos.La jefa y el monte es el testimonio (y legado) de una voz que, siendo expresión de la vida misma, tiene justamente el don de contagiársela a su lector agradecido. 10