Si en el atardecer de la vida los hombres tienden a contemplar el futuro sin el optimismo propio de quien amanece a las primeras utopías, el anciano que volcaba sus ideas en su computadora no escapaba a esta generalidad. Las palabras que espontáneamente empleaba para objetivar su pensamiento transparentaban su desencanto y frustración. A no ser por su status, hubiera sido irrelevante esta escena y simplemente habría brindado una muestra más de esa opacidad del ser que lentamente puede ir emergiendo desde lo más profundo de la personalidad. Pero estar en la cima de una organización con una tradición de más de dos mil años de historia le otorgaba a ese hombre- sucesor de la silla de Pedro- una singularidad e importancia únicas. 10