Doma es lo contrario a su nombre, la antítesis de los límites que mueren inevitablemente frente al de-seo de libertad y sus poemas se conciben como contenedores de estratos de sentido hacia el origen, cada texto nos acerca a la hondura de las emociones y al mismo tiempo reproduce el milagro del lenguaje poético que va floreciendo con cada poema, con cada latido que parte del origen y se convierte en alumbramiento tras desterrar la sombra en virtud del vacío que ésta deja cuando atraviesa al poeta: Quien cree en los límites/ corre el peligro de desbordarse. Pero la búsqueda de esa luminosidad no hace decrecer una visión real del mundo ni mengua el sentido crítico del poeta desde el que la/nos alerta sin ambigüedades; la miseria, el peligro, la complejidad del entorno y, sobre todo, la intención conocida de hacernos formar parte del rebaño; Doma alerta de la manipulación y la dirección del pensamiento como un limitante en el desarrollo de la libertad personal: El sistema nos doma, nos marca sus pautas, modela los comportamientos, las resoluciones afectivas,/ los intereses,/ los sueños,/ maneja nuestra moralidad. Pero a la vez la luz es un componente fundamental de Doma, la casa como un legado para el cuidado y la ternura, los ojos como una ventana al misterio de los días, las manos como el cuenco en el que se vierten los pequeños grandes misterios, la voz como un susurro que recoge todos los miedos y los destina al olvido, la escritura como el camino más largo pero más hermoso, pero más arriesgado. Sara Castelar Lorca