Esto no es un libro, soy yo. Son todas las palabras que nunca dije, los momentos que no podrán borrarse de mi mente, un atardecer perdiéndose en el cielo y recordándome que nada es para siempre. Un incendio atrincherado en mi pecho, tres seises seguidos, la piedra en medio de mi camino, el recorrido de mis vértebras en dirección al vacío. Es el intento de robarle el fuego al sol para quemarme la cara, abrirme los poros y ver cómo sale de ellos dolor; de entender cómo las historias se acumulan y me construyen una joroba que me acerca, poco a poco, a la tierra que me abrazará cuando ya no me pueda abrazar nadie. No es un libro, soy yo. Es un «adiós» con sabor a «hasta luego», un «debería aprender a dejar ir a quien quiero», un «me voy, pero luego vuelvo», un cóctel molotov capaz de explotarte en los dedos; cuarenta y dos disparos en forma de verso.