Ante ellos se extendía un largo tramo del cauce del Guadiana. La corriente venía casi de frente hacia donde estaban, pero describía un ángulo y se alejaba hacia su izquierda. Un molino harinero junto a la orilla se internaba unos metros en el cauce en el lugar donde el río cambiaba de dirección. Entre el extremo del molino y la orilla opuesta, el agua se despeñaba en una cascada de un par de metros de altura; eran los restos del azud que durante siglos dirigió la corriente hacia el molino. Paralelo al río, en la orilla a la que llegaban los arqueólogos, había una larga llanura en la que afloraban muchísimas rocas entre la arena colonizada por hierba y tamujos. En las rocas predominaba el color gris, más o menos apagado por la pátina de polvo, pero era un gris con matices azulados, granates o rojizos distribuidos al azar. Algunos líquenes de poca extensión se adherían como parches colocados en las superficies de las rocas que, por estar menos soleadas o visibles, los arqueólogos no podían distinguir desde donde se encontraban. Incluso dentro del cauce emergían pequeñas islas rocosas próximas a la orilla que, en parte mojadas, aportaban tonos brillantes. 10