Cuando tuve en mis manos el testamento de Domingo de Luça, aquel que se escribió en la cubierta de la nao María del Juncal por la mano experta del escribano Juan de Blancafor, en el verano del año 1563 y leí las palabras del moribundo que mi cuerpo sea sepultado en este puerto de Plazencia a un lugar donde los que mueren se suelen enterrar comprendí que el camino emprendido era el correcto.Se tenían que mostrar al mundo aquellas huellas para que las mirásemos con respeto. 10