El cine puede ser un pensamiento filosófico o la filosofía una expresión cinematográfica. Por la cual, la vida moral de cada individuo puede no solo recuperar su tiempo perdido, sino recomenzarlo con una nueva mirada. El tiempo es libertad y se realiza como temporalidad, en la medida en que nos elegimos en el tiempo como tiempo, como creatividad y fuente de vida; el tiempo es todo menos lineal y cronológico. Por eso el cine, con sus encuadres, planos y montajes genera un pensamiento filosófico de la realidad espiritual del tiempo. Esta es la motivación, la intuición apasionada, de los ensayos de este libro: poder comprender el pensamiento cinematográfico como una filosofía cinemática que nos ponga en el centro de la experiencia de que el tiempo se mueve, de que la memoria es esperanza y la esperanza rehace la memoria; de que el pasado no es una Gorgona que petrifica la vida, sino una tensión del espíritu por continuar, por durar, y no solo por acontecer o por suceder, es decir que es algo por venir, pero que es, al mismo tiempo, una responsabilidad moral de generarlo. Por ello nos atrevemos a decir que la filosofía cinemática sería una ética del porvenir porque, lo fundamental de nuestras elecciones es que el tiempo sea duración, continuidad creativa a un ámbito de revelación y de redención. Gilles Deleuze, Søren Kierkegaard, Henri Bergson, Andrei Tarkovski y André Bazin entre otros configuran esta filosofía y se analizan en películas como El violín rojo, Las alas del deseo, La rosa púrpura del Cairo o la trilogía de Alejandro González Iñárritu.